Vivimos tiempos en los que disentir parece casi un acto de rebeldía. En medio del ruido constante de las redes, de los titulares rotundos y las verdades instantáneas multiplicadas en los medios, especialmente en las televisiones, se impone una tendencia inquietante: la de pensar que quien no coincide con nosotros está equivocado, o peor aún, que es enemigo. Pero la historia –y la filosofía– nos enseñan que el progreso humano ha dependido, precisamente, de los que se atrevieron a disentir.

Disentir no es negar por sistema y por supuesto no es insultar. Disentir es un gesto racional, una forma de respeto hacia la verdad y hacia el otro. Supone detenerse, pensar, analizar lo que parece obvio y preguntarse si lo es tanto. Sócrates ya lo hacía cuando incomodaba a los atenienses con su método d

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