A finales del siglo XX, cuando los mensajes de texto empezaban a acortar palabras como quien podaba un árbol a machetazos, parecía que el lenguaje humano estaba condenado a una lenta extinción. Sin acentos, sin pausas, sin matices. Un “ok” bastaba para cerrar conversaciones, y la ironía había desaparecido de los teclados.

Hasta que un grupo de 176 pequeños dibujos creados por el diseñador japonés Shigetaka Kurita irrumpió en la pantalla para recordarnos algo esencial: las palabras no siempre bastan para decir lo que sentimos .

Lo que entonces parecía una curiosidad tecnológica se ha convertido, veinticinco años después, en el mayor experimento de comunicación global desde la invención del alfabeto.

La emoción volvió a escribirse

Los emojis no simplificaron el lenguaje: lo rehuman

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