En el Perú, como en buena parte del mundo, crece la nostalgia por una política más noble, más pensante y más humana. Soñamos con un pasado de políticos honorables, capaces de debatir ideas sin gritar, de discrepar sin destruir. Pero esa añoranza, como toda idealización, revela más nuestra mala memoria que una época dorada que nunca existió.

Porque sí: la política siempre ha tenido sus farsas, sus caudillos y sus abusos de poder. Lo nuevo —y lo inquietante— no es su existencia, sino su legitimación pública. Lo grotesco se ha vuelto rentable. Hoy se elige más por ruido que por razón, más por viralidad que por visión. Mientras los histriónicos avanzan, los reflexivos se retiran o son invisibles en un ecosistema donde lo que no grita, no existe.

Las últimas protestas en Lima y otras ciudades

See Full Page