Hace tiempo dejé fija en mi perfil de X una frase que solo pretendía marcar una época: «Hay un punto donde las sociedades normalizan lo anormal y empiezan a acostumbrarse a vivir en la demencia. Y es cuando las cosas salen mal».

Estos últimos días, mirando las imágenes del frenético paso de Donald Trump entre Jerusalén y Sharm el Sheij, pensé que ese punto ya llegó. Incluso se ha superado. En una sola jornada pasó de ser adulado en el Parlamento israelí a someter a más de una veintena de obedientes líderes en Egipto. Una escena de humillación obscena. Un espectáculo de pleitesía denigrante. Nadie quiso contrariarlo. Pero tampoco nadie quiso quedar fuera de la foto «de familia». Y lo que más perturba no es él, sino ellos: el coro que acepta la lógica del poderoso, la sumisión al capricho d

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