Lo del ego de Donald Trump, actual presidente de Estados Unidos y, a su juicio y parecer, emperador mundial planetario, revienta cualquier medidor de escala de la propia autoestima. La teoría de Freud, que fue expresada por él en alemán, suele distinguir, en latín para que se entienda (cosas de su traductor al inglés, y dejo aquí la torre de Babel freudiana), entre el id (el ello); el ego , o sea, el yo, y el superego , el superyó, pero lo de Trump, con permiso del profesor Freud, es un recontrasuperego superlativo, un caso de autoconciencia tan hipertrofiado que se diría jamás visto.
Ya no se trata solo de que esté rodeado de una corte de aduladores y pelotas que se dedican a cantar sus alabanzas todo el día. Es que él mismo se refiere a su nunca humilde persona como un genio. Es m