El otro día, en la cena del premio Planeta, coincidí con una escritora que, en su día, fue proclamada ganadora, ante quien expresé mi envidia, absolutamente insana, por todos cuantos autores, sobre todo en los últimos años, se llevan el millón de euros (mitad para el ganador y mitad para Hacienda) con el que está dotado el premio literario. No quiero la gloria, ni la fama, ni evidentemente pretendo estar capacitada para escribir más allá de los 2.500 caracteres de este espacio: yo lo que quiero es la pasta.
Ella, la escritora Espido Freire, además de explicarme su propia experiencia y lo que le supuso, cuando era muy joven, entrar en la nómina de premiados y ver reconocido, muy merecidamente, su libro Melocotones helados, me aconsejó, de acuerdo con su propia experiencia, que mejor que