Kike está en forma. Y no solo porque cada mañana salga a correr. Nos se vislumbra arruga alguna en su fe ni asoman ojeras en su vocación «ad gentes». Este asturiano de 66 años mantiene intacta la mirada ilusionante de aquel joven jesuita que se plantó en Camboya en 1985. Soñaba con ser misionero y hasta la otra punta del planeta le envió su provincial de la Compañía de Jesús en lo que era algo más que una prueba de fuego. Se topó con un campo de refugiados con más de 160.000 personas deambulando. Entre ellos, unos seis mil niños soldados mutilados por las minas antipersonas de un conflicto que sigue pasando factura a una población que ve cómo las armas vuelven a levantarse en la frontera con Tailandia.

«Para mí, son mártires en vida. Ahí empecé mi misión, a aprender de la presencia de D

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