El “crimen” del que se arrepentirá Medellín por siempre empezó en 1925. Dos años más tarde, desde Roma, el arquitecto Gerardo Posada —pionero de la modernidad en Antioquia— escribió una carta que publicó la revista El Progreso el 27 de septiembre de 1927. En ella, con desconsuelo, reprochaba la decisión de la ciudad de sepultar la quebrada Santa Elena en nombre del cemento y las nuevas vías, aunque sus defensores alegaban razones de salubridad.
Posada advertía que Medellín había enviado así un mensaje nítido: los carros tendrían mejor vida que las personas. La polémica coincidía con los años 20, una década en la que se discutía el modelo de la Medellín Futuro , que aparecía en planos y discursos. De un lado, quienes defendían un urbanismo rígido, cuadriculado, donde la geometría de la