La luz blanca del sanatorio se reflejaba en los azulejos fríos. Natalia, médica de 43 años, llevaba el estetoscopio en la cartera y la experiencia de haber cuidado a muchos pacientes. Pero esa mañana, era distinto: la paciente era ella. Sentada en la camilla, miró el tensiómetro y sintió cómo el número la desbordaba: 174/110 . La presión no bajaba. El cuerpo, que hasta días atrás había sido su aliado, empezaba a enviar señales que no podía ignorar.
“Yo sabía que algo no estaba bien. No tenía síntomas graves, solo un poco de dolor de estómago y las piernas hinchadas, pero intuía que algo podía pasar”, recuerda.
Cinco días antes, todo estaba en orden. Ahora, a las 35 semanas de embarazo, la angustia crecía al ritmo de su pulso. Era un miércoles feriado, el 2 de abril, y el silencio del d