A menudo, lo que mal comienza mal acaba. Diecisiete meses después de su lanzamiento, y tras un sinfín de campañas publicitarias nunca vistas, la opa hostil del BBVA al Banco de Sabadell ha terminado en fracaso tras haber tenido en vilo al sistema financiero español y, de manera especial, a los mercados.
Con la adquisición de un saneado banco mediano, el banco vasco pretendía adquirir una dimensión que le pudiera afrontar una competencia directa con CaixaBank y el Banco Santander. Su fracaso tiene efectos de prestigio más allá de los financieros. Pierde reputación, al salirle mal una apuesta tan arriesgada, y refuerza a sus contrincantes, especialmente al Santander, como referencia sólida para los inversores internacionales.
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Errores estratégicos
La estrategia y la promoción de la opa se centró únicamente en poner en valor la dimensión que se adquiriría, sin entender que tanto para los accionistas como para los inversores, no es fundamental el tamaño del banco o que encabece los ránquines sino que sea eficiente, esté saneado y además reparta buenos dividendos. Esas son sus expectativas y el Banco de Sabadell las cumplía con creces. Además, la defensa del banco catalán consistió en compromisos de reparto de beneficios muy atractivos.
La opa quedó cuestionada de entrada no solamente por su carácter hostil y sus formas agresivas, sino por intentar crecer con un buen banco sin pagar un precio atractivo, como una suerte de ganga ante las expectativas de revalorización bursátil que este tenía.
Los accionistas esperaban una segunda vuelta de la oferta, con un precio mucho más atractivo, que ya no ha sido posible al no haber convencido ni siquiera al 30 % del accionariado. El mercado no vislumbró los teóricos beneficios de las sinergias ofrecidas por el BBVA, más allá de una evidente disminución de plantillas con cierre de oficinas y despidos.
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Tras el anuncio de la opa fallida, la reacción positiva de la bolsa con relación al BBVA tiene que ver con el compromiso inmediato de repartir dividendos pero también con que los inversores no estaban convencidos ni compartían los hipotéticos beneficios que iba a conllevar toda la operación. Muy especialmente los accionistas extranjeros vieron en este intento de fagocitación una batalla sin mucho sentido económico y financiero.
En busca de gigantes bancarios
Quizás el peor error estratégico fue no considerar los aspectos geopolíticos y sociales de la operación, así como su inconveniente ubicación en el tiempo.
Aunque la UE plantea que Europa necesita gigantes bancarios que puedan competir con los grandes bancos estadounidenses, su enfoque no está dirigido a crear grandes bancos nacionales sino a impulsar fusiones de carácter transnacional dentro del continente. De haber triunfado la fusión entre BBVA y Sabadell la competencia bancaria en España se habría devaluado aún más de lo que ya está.
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Razón social, razón política
Pero, además, las fusiones bancarias afectan al tejido social: se pierde la calidad de servicio, disminuye el crédito a las pequeñas empresas y se encarece el dinero.
Cuanto más se ha insistido en la competitividad resultante de la concentración más se ha evidenciado una falta de empatía con los usuarios que ya hemos visto anteriormente en la banca (vale recordar la campaña ciudadana promovida por el médico jubilado valenciano Carlos San Juan para mantener la atención presencial a las personas mayores en las sucursales bancarias) y que afecta a su imagen de marca y su reputación.
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Tampoco resultó muy recomendable plantear la opa a tres días de las elecciones autonómicas catalanas. Tras la crisis de 2008 que provocó la pérdida de muchas cajas de ahorro regionales (entre ellas catalanas), la sensación era que el Banco Sabadell era la última entidad financiera ubicada plenamente en este territorio, teniendo en cuenta que CaixaBank juega en otra liga.
Ningún partido político ni organización patronal autonómica iban a dar el visto bueno a la operación. Ni el gobierno central, dada su poca sintonía con la propuesta del BBVA.
De cara al futuro
Jamás una operación de posible compra bancaria había tenido en España la repercusión que ha tenido esta. Fue como si a partir de los mensajes publicitarios, todos, ciudadanos y accionistas, tuviesen que tomar partido. Esta vez el dinero, tan dado al sigilo, también sucumbió al espectáculo.
El fracaso de la operación no implica para las entidades involucradas volver, como si tal cosa, a la casilla de salida.
Más allá de contener el malestar con buenos dividendos, la dirección del BBVA tiene que plantear una estrategia de futuro que le permita recuperar su reputación. No es probable que se salga de la estrategia de crecimiento, pero seguramente ahora tendrá que plantearlo hacia afuera.
Para el Banco Sabadell, los efectos a corto y medio plazo de la opa fallida también serán significativos. Ha comprometido unas remuneraciones insólitas a los accionistas a cambio de descapitalizarse vendiendo el TSB británico al Banco Santander.
El banco vallesano necesita un refuerzo que, por dimensión, lo haga menos opable. Otras instituciones bancarias españolas de menor envergadura –Abanca, Unicaja, Ibercaja– quedan ahora en el punto de mira.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Josep Burgaya no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.