Hay hombres que no piden permiso para quedarse, Silvino Bracho es uno de ellos. Son tozudos, persistentes, y por más que le digas algo siguen allí, como un porfiado que se bambolea. Por eso El Pupilo siempre va al montículo con la determinación de quien conoce su oficio y lo honra. Él no hace gestos, no alza los brazos, no necesita espectáculo, a Silvino le basta la pelota.

El sábado, el estadio Luis Aparicio respiraba tensión. Entradas extras, dos innings completos ante los Navegantes del Magallanes, y en medio del combate, una punzada: la ampolla apareció sin aviso, como si las costuras quisieran probarle la piel. «Las pelotas están muy gruesas —dijo después—, y me salió una ampolla en los dedos de lanzar. Pero yo quería seguir trabajando».

Lipso Nava caminó hacia él con esa mezcla de

See Full Page