Estados Unidos todavía cree que América Latina es un tablero que puede mover a su antojo. Impone sanciones, dicta políticas, reparte etiquetas de “aliados” o “enemigos” según su conveniencia. Pero el mundo cambió. El imperio del Norte no gobierna más sobre pueblos que piensan, producen y resisten.
El Caribe no es su patio, ni Sudamérica su oficina. Sin embargo, todavía existen gobiernos que se arrodillan para mendigar aprobación, aplausos o dólares. Gobiernos que cambian soberanía por promesas vacías, que celebran la dependencia como si fuera modernidad.
A esos gobiernos hay que decirles la verdad: la sumisión no es estrategia, es renuncia.
Y a los pueblos hay que recordarles algo más importante: ninguna nación será libre mientras sus dirigentes obedezcan órdenes extranjeras.
El “No Ki