El desguace. Así era como el padre de un buen amigo, ya fallecido, llamaba al bar del pueblo donde ‘aparcaban’ a los más ancianos del lugar como si fuesen automóviles inservibles. Así se sentían.

El desguace era para los clientes en edad provecta un santuario; un lugar donde su vida y sus recuerdos seguían vivos en las memorias de los que compartieron eso que los alemanes expresan como el zeitgeist, el espíritu de un tiempo, su tiempo. Cuando la vida va tocando a su fin, debe de ser cuando menos un consuelo tener al lado a alguien con el que se ha compartido biografía y biología, que diría Pablo d’Ors.

Eso no lo vivió Antonio Famoso, vecino del barrio de la Fuensanta, que falleció solo en su domicilio y que nadie echó de menos hasta que unas goteras delataron que llevaba muerto más de 10

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