Hay nombres que, por sí solos, bastan para evocar el descenso del hombre a los infiernos. Josef Mengele y Víctor Capesius fueron colegas de ciencia —médico uno, farmacéutico el otro— y ambos sirvieron en el mismo escenario del horror: el campo de concentración de Auschwitz. Su presencia allí, donde la técnica se puso al servicio del exterminio, marca uno de los capítulos más sombríos de la historia contemporánea. Su ejemplo revela algo todavía más inquietante: cómo profesiones nobles, destinadas a aliviar el sufrimiento humano, pueden ser pervertidas hasta el extremo de convertirse en instrumentos de muerte.
Mengele, apodado “Ángel de la Muerte”, fue el emblema de esa depravación científica que vistió de bata blanca. Médico formado, culto, incluso refinado, se transformó en el juez suprem