Los expertos dudan de que las piezas puedan colocarse en el mercado comercial, ya que actualmente están todas las miras puestas en su paradero. Eso sí, tampoco confían en que vayan a aparecer

Claves - El robo del Louvre: cómo entraron los ladrones, qué robaron y qué pasa ahora

Domingo. 9:30 de la mañana. Media hora después de la apertura del Museo del Louvre, cuatro hombres entran encapuchados por una ventana y se llevan nueve piezas de la galería Apolo, en la que se encuentran las principales joyas de la realeza francesa. Una de ellas, la corona de la emperatriz Eugenia, de valor incalculable, se les cae por el camino. El resto continúa en paradero desconocido. Los ladrones precisaron de apenas diez minutos para acometer el hurto. Ahora bien, ¿qué van a poder hacer ahora con las piezas? ¿Será posible introducirlas en un mercado en el que ahora cuentan con toda la atención?

José Luis Guijarro, director del Máster de Mercado del Arte de la Universidad de Nebrija, explica a elDiario.es que es complicado que vayan a recuperarse, aunque también cree que no se van a poder vender: “No pueden salir en subasta ni en ninguna plataforma. Son conocidísimas y con todo el revuelo mediático ahora son ya reconocibles por cualquier persona”. En la misma línea se sitúa Joaquín Gallego, especialista en Mercado de Arte, que apuesta porque la vía de salida va a ser “trocearlas, desmembrarlas, porque se pueden transportar muy fácilmente, dentro de un bolso, un maletín e incluso un bolsillo. Y con ellos construir otra joya, un anillo por ejemplo”.

“Una vez las desmiembras, ¿cómo puede cualquier persona identificar en una aduana que un zafiro no sea tuyo?”, plantea Yolanda Berger, directora del Diploma en Mercado del Arte en la Universidad Carlos III de Madrid, “de ahí puede viajar a Dubai, África, Rusia, hay ricos en cualquier sitio”. El experto en tráfico ilícito, por su parte, afirma que las joyas “se mueven” con mayor facilidad que otras obras como los cuadros, que son más complicados de trasladar sorteando todo tipo de controles. También recalca que en este caso son piezas de gran valor económico, pero sobre todo “patrimonial, afectivo, simbólico y sobre todo cultural para el país. Francia está ahora humillada porque se ha dejado robar esto”.

Joaquín Gallego recuerda que fue precisamente en el Louvre quien marcó el “punto inicial del interés por la recuperación de las obras robadas”. Todo ello después de que en 1911 el robo de la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci desapareciera. La Gioconda terminó apareciendo. El artífice fue Vicenzo Peruggia, antiguo trabajador de la pinacoteca, que en su momento argumentó que quería devolver la pintura a Italia, su verdadero hogar, pues creía que formaba parte de los lienzos que Napoléón se había llevado a Francia a principios del siglo XIX.

En el país vecino se produjo otro de los hurtos más sonados de los últimos años. En 2010, cinco cuadros valorados en 500 millones de euros, entre ellos un Picasso y un Matisse, fueron extraídos del Museo de Arte Moderno. “Tampoco hubo heridos, ni muertos. Está claro que iban a por las obras”, opina Joaquín Gallego, que tiene claro que en ambos casos se trata de un robo 'por encargo', de tal forma que alguien contrata a otra persona para que sustraiga “pocas piezas muy concentradas”, como lo que acaba de ocurrir en el Louvre.

Yolanda Berger no lo tiene tan claro, pese a que ocurra que hay quienes se “encaprichan” por una obra en particular. Sin embargo, consciente de que los coleccionistas suelen querer “enseñar” sus pertenencias, plantea: “¿Quién va a querer una diadema de la emperatriz para usarla en su ámbito privado?”. Lo que sí que sostiene es que estas piezas no tienen “ningún espacio en el mercado. Al ser joyas, por la vía comercial es imposible”.

Al mercado negro del arte

José Luis Guijarro advierte de que la historia está compuesta por otros robos perpetrados de las formas más “cutres, facilonas, simplemente entrando por una ventana”: “Tenemos una representación social de los museos como lugares seguros, y quizás sean mucho más vulnerables”. El docente culpa a la ficción de haber contribuido a esta percepción dentro del imaginario colectivo, por las “películas que romantizan la seguridad. Esto depende del presupuesto, y hay que elegir qué se protege y qué no, y con qué medidas”. Títulos como El secreto de Thomas Crown (John McTiernan, 1999), La banda Picasso (Fernando Colomo, 2012), En trance (Danny Boyle, 2013) y Bean, lo último en cine catastrófico (Mel Smith, 1997), podrían enmarcarse en esta tendencia.

Al valorar dónde podrían acabar las piezas del Louvre, Guijarro apunta hacia el mercado negro: “El mercado del arte es el tercero con mayor número de operaciones ilícitas del mundo, por detrás del de armas y drogas”. “No veo que sea un coleccionista, en el término romántico, quien quiera tener esas piezas. Pueden servir como moneda de cambio, garantía, de transacciones ilícitas”, señala, “aunque cada vez menos, sigue habiendo mucho fraude y blanqueo de dinero, falsificaciones”.

Al experto le preocupa cómo este hurto puede afectar a la reputación del propio mercado del arte, por “generar aún más dudas sobre su prestigio y seguridad”. Al comparar los formatos, coincide en que los cuadros, “al tener una unicidad, no tendrían valor por separado, pero que las joyas, divididas en partes, quizás sí”. Aun así, incide en que los “sistemas de seguridad que existen hoy en día de cooperación a nivel internacional, serían fácilmente trazables”.

De la Interpol a 'The Art Loss Register'

La directora del Diploma en Mercado del Arte en la UC3M insiste en que va a ser “complicado” que logren vender las piezas, porque las Brigadas de Patrimonio Histórico de los países europeos –como la que en España lleva años investigando los cuadros de Francis Bacon robados en Madrid–, están cada vez más en contacto con la Interpol. “Antes era más fácil porque había menos comunicación entre las distintas policías, ahora está todo gloabalizado. Existe un registro de arte robado (The Art Loss Register). Cuando hay obras que salen a la venta, los profesionales lo consultan para estar seguros de que lo que están vendiendo no es ilícito”, comparte Yolanda Berger.

“En este caso no podría llegar nunca a subasta, con piezas menos conocidas podrían intentarlo”, describe, “de aquí a los próximos entre cinco y diez años, los comerciantes de piedras preciosas de todo el mundo van a estar con mucho cuidado para que no se las encasqueten”. Este el modus operandi que seguirán en Duran Arte y Subastas, donde el Director adjunto Ignacio Rubio asegura a elDiario.es que se lo ponen “muy difícil” a quienes intenten “cometer un fraude”, siendo conscientes de que incluso pueden aparecer obras que hayan sido sustraídas hace cien años, pero que por el paso de generación en generación, se desconozca su origen: “Pasó mucho durante el Holocausto”.

El responsable explica que las casas de subastas actúan de “intermediación” entre vendedores, ya sean particulares, corporativos o coleccionistas, y los compradores. Su misión es catalogar las piezas y ponerles un precio de salida. “En el proceso interno de catalogación existen métodos para contrastar si son de origen lícito”, expone sobre un contexto que, al trabajar con entre 1000 y 2000 lotes (piezas) mensuales, incluidas joyas, artes decorativas y arte inmobiliario, “no pueden investigar los orígenes una a una”. De ahí a que se apoyen en la Policía, con la que mantienen relación de transparencia, a través de “copias del catálogo y todos los datos” de los que disponen, que recogen en lo que denominan los 'libros de la Policía'. Con ellos se aseguran de que los agentes puedan igualmente investigar la posible presencia de bienes robados.

Ejemplo de ello fueron el collar y la cruz recuperados en 2016 del tesoro de la catedral de Murcia, que habían sido sustraídos en 1977, junto a un farol de plata del siglo XVIII, este último en una casa de subastas de Madrid. Las otras dos piezas aparecieron en una casa de subastas en Barcelona.