Por Gracia Juárez (*)
Corté el pan casero en rodajas de dos centímetros. Dos centímetros.
Ni más ni menos.
La voz sobrevoló el caos de la mesada y envolvió la casa con la vitalidad de siempre. Se cumplían cuarenta y seis días de su infarto. Yo los había calculado esa misma mañana.
Mojé las rebanadas en leche fría de los dos lados mientras contaba hasta tres. El tiempo exacto que le llevaría a la leche recorrer las fibras del pan para embeberlo como si fuera una esponja. Hasta tres.
Si no contás, la leche colma la tostada, la desarma… Y a empezar de nuevo.
Sí, la voz pasó otra vez zumbando como un avión a ras de la tierra.
Oírla se me había vuelto costumbre. Pero ahora sucedió algo más: antes de echar las rebanadas en la sartén, juro que inundó la habitación el aroma de las tostadas