Los jugadores del PSG celebran su victoria en la última final de la Champions League. katatonia82/Shutterstock

El fútbol europeo vive una paradoja: cuanto más intenta controlarse para ser sostenible, más desigual se vuelve.

Ya lo vimos en 2021, cuando el fichaje de Leo Messi por el Paris Saint-Germain generó una pregunta difícil de entender para muchos aficionados: ¿Por qué el Barça, limitado por las reglas económicas de LaLiga, no podía retenerlo, mientras el PSG, con pérdidas aún mayores, sí podía ficharlo?

Entonces, el problema no estaba solo en las cuentas sino en cómo se aplican las normas económicas. Aquella historia fue un ejemplo claro de las contradicciones del fair play financiero (FFP): un modelo con el que la UEFA buscaba frenar el despilfarro pero que ha terminado reforzando la ventaja de los clubes más poderosos.

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Un control bien intencionado pero poco eficaz

La UEFA puso en marcha el FFP en 2011 para evitar que los clubes gastaran más de lo que ingresaban. La regla del punto de equilibrio (break-even) obligó a equilibrar ingresos y gastos, y la de sin deudas pendientes impedía la participación en competiciones europeas a quienes no cumplieran con sus pagos.

La intención era buena, pero los resultados fueron modestos. En un estudio reciente revisamos más de veinte investigaciones sobre el impacto del FFP en la economía de los clubes europeos. El resultado fue claro: el FFP mejoró la rentabilidad de los clubes, pero no su solvencia.

Es decir, algunos equipos consiguieron presentar beneficios en sus cuentas, pero sin reducir su endeudamiento ni asegurar una estabilidad a largo plazo. En muchos casos, los balances cuadraron gracias a la venta de jugadores o a ingresos extraordinarios, no porque los clubes gestionaran mejor su actividad.

Los pequeños se ajustan y los grandes resisten

El FFP no afectó a todos por igual. En un trabajo previo, publicado en 2023, comprobamos que los clubes pequeños mejoraron su situación y lograron aumentar su rentabilidad, y los medianos mejoraron sus niveles de endeudamiento.

Sin embargo, los grandes clubes apenas cambiaron su comportamiento. Su tamaño y su capacidad para generar ingresos a través de patrocinios internacionales o derechos televisivos les permitieron cumplir las reglas sin modificar su estrategia. El resultado fue paradójico: las normas pensadas para igualar acabaron consolidando la distancia entre unos y otros.

Para corregir esos desequilibrios, la UEFA aprobó en 2022 el Reglamento de Sostenibilidad Financiera (FSR), que comenzó a aplicarse en 2024. La principal novedad es el límite del 70 % de los ingresos para gastos de jugadores, incluidos salarios, fichajes y comisiones. Este nuevo sistema busca que los clubes gestionen sus recursos con más prudencia y que la competición sea más equilibrada.

¿Control o flexibilidad?

Comparamos los modelos de gestión de las dos ligas europeas más grandes: la española, con control previo y límite salarial, y la inglesa, más flexible y basado en revisar pérdidas a posteriori. Los resultados muestran que cuando se tienen normas más estrictas (como la española) los clubes logran aumentar la rentabilidad y reducir la deuda, sobre todo si son clubes pequeños o medianos.

Esto hace que se entienda mucho mejor el caso Messi–PSG. Como hemos visto, en España los clubes tienen un límite de gasto en jugadores sobre los ingresos. Sin embargo, en Inglaterra, Francia o en las competiciones de la UEFA, han podido comprar, incluso si incurrían en pérdidas, si su propietario tenía la capacidad financiera para asumir dichas pérdidas.

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Esto explica por qué los llamados “clubes-Estado”, como el PSG o el Manchester City, pueden seguir invirtiendo grandes sumas sin incumplir formalmente las normas. Mientras tanto, clubes con estructuras más tradicionales, como el Barça o el Athletic, tienen que ajustarse a límites mucho más estrictos.

El resultado es un sistema que aplica la disciplina de forma desigual: los equipos más modestos deben hacer equilibrios para cumplir mientras que los más poderosos apenas notan las restricciones.

Así, el fair play financiero ha acabado siendo más financiero que justo.

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¿Hacia un verdadero juego limpio?

En definitiva, el nuevo reglamento de la UEFA es un paso en la buena dirección, pero su eficacia dependerá de que se aplique con el mismo rigor a todos los clubes. De poco servirá limitar el gasto al 70 % de los ingresos si algunos pueden inflar sus cifras de patrocinio o contar con ayudas encubiertas.

Un verdadero juego limpio financiero debería garantizar que los equipos compiten con los recursos que realmente generan. Solo así podrá evitarse que la desigualdad económica se traduzca en desigualdad deportiva.

Después de más de una década de investigación, la lección es clara: el fair play financiero ayudó a sanear las cuentas del fútbol europeo, pero no a equilibrarlo. El nuevo modelo puede hacerlo mejor, siempre que la norma no sea distinta según el color de la camiseta.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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