En el cementerio de mi pueblo hay una zona proscrita e indigna, sin bendecir, que se sigue reservando a los suicidas. Hace siglos que lo viene decretando la Iglesia católica: quitarse la vida es un acto gravísimo, una ofensa directa contra el quinto mandamiento (“no matarás”) que implica dejar este mundo “en pecado mortal”. Ni la secularización del Estado ni la Ley de Cementerios, que se remonta a finales del siglo XIX, han logrado erradicar estas prácticas especialmente arraigas en la Andalucía rural. Del suicidio no se habla y quienes se atreven a cruzar esta línea acaban enterrados en zonas comunales. Sin misa y sin cruz.

En los últimos años, son cada vez más las ciudades que están promoviendo estudios locales sobre los “cementerios de los olvidados”, sobre los “rincones de los sin alm

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