En 1889 , un pequeño bar de San Francisco llamado Palais Royale presentó una novedad que cambiaría para siempre la forma en que el público escuchaba música: una versión modificada del fonógrafo de Edison que, a cambio de una moneda de cinco centavos, reproducía una canción grabada en un cilindro de cera.
El invento, aunque rudimentario, causó sensación. La falta de amplificación eléctrica obligaba a los clientes a escuchar la música a través de tubos similares a un estetoscopio, que debían limpiarse entre usos para evitar los restos de cera de oído. Pese a lo incómodo del sistema, el negocio fue un éxito : en menos de seis meses recaudó más de mil dólares —equivalentes a unos 34.000 actuales— y dio origen a una fiebre de máquinas musicales en bares, farmacias y salones de escucha