Corría el año de 1.966 y estudiaba en el colegio Académico, en la isla, así llamábamos a la sede alterna del alma mater de los bugueños, a una cuadra de la principal, una vieja casona republicana de dos pisos, hermosamente restaurada en la carrera 14 con calle quinta y centro comercial de importancia, demostrando que preservar el patrimonio arquitectónico es un buen negocio.

Nuestro salón de primero quedaba en el piso de arriba, éramos como cuarenta estudiantes que apenas nos asomábamos a ese extraño mundo del bachillerato y todo nos asombraba, empezando por las historias referidas por los mayores de un paro que había dejado una víctima, el estudiante Jairo Potes Escobar, apenas un año antes.

Al frente quedaba el palacete de la curia, sede del recién inaugurado obispado de monseñor Juliá

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