Kayla probó el fentanilo por primera vez cuando era una adolescente de 18 años con problemas, en el estado de Carolina del Norte.
“Literalmente, me sentí increíble. Las voces en mi cabeza se callaron por completo. Me volví adicta inmediatamente”, recuerda.
Las pequeñas píldoras azules a las que Kayla se volvió adicta probablemente fueron fabricadas en México y luego contrabandeadas a través de la frontera con Estados Unidos, un comercio mortal con el que el presidente Donald Trump está tratando de acabar.
Pero los carteles de la droga no son farmaceutas. Kayla nunca supo cuánto fentanilo contenían las pastillas que solía tomar. ¿Tenían suficiente opioide sintético para matarla?
“Da miedo pensar en eso”, cuenta Kayla, reflexionando sobre cómo en cualquier momento pudo haber sufrido una

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