Una extraña tormenta empañaba las celebraciones de la Nochebuena de 1951 en Resistencia, Chaco. La gente que se preparaba para festejar la Navidad con mesas en las veredas, en los patios y hasta en las calles, se apuró para poner todo bajo resguardo. Y entre las piernas mojadas, un perro de pelaje blanco y lanudo apareció. Nadie supo muy bien de dónde, pero él también buscaba refugio.

Como si hubiera sido llamado por el rasgueo de una guitarra, el can mojado se metió en un bar que ya no existe y que entonces era epicentro de la movida cultura de la ciudad. Adentro, entre música y vasos que chocaban para brindar, hizo su lugar aquella noche. Tenía los ojos cansados, la cola baja y un andar que contaba en silencio los kilómetros caminados. Nadie lo conocía, pero todos lo miraron. Dicen que

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