A 4,750 metros sobre el nivel del mar, el Cerro Rico de Potosí —el “Cerro Rico” que alguna vez financió imperios— aún brilla con promesa, pero cada destello oculta una fractura. Bajo las laderas rojas de la montaña más emblemática de Bolivia, generaciones de mineros siguen excavando, incluso cuando la cumbre comienza a derrumbarse. Lo que alguna vez fue el corazón palpitante de la riqueza mundial de la plata es ahora una reliquia temblorosa, vaciada por siglos de codicia y aún forzada a rendir.
Una montaña que construyó un imperio — y se rompió a sí misma
El perfil de la montaña es inconfundible, aunque ya no entero. Lo que solía ser un cono agudo y orgulloso ahora está visiblemente desgastado. Desde la época colonial, la minería ha reducido la altura del Cerro Rico en unos 250 metros. L

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