SINALOA- Cuando Ramón Soto llegó a la escena del crimen, el hombre herido se retorcía, ensangrentado, apenas con vida. Una mujer que estaba cerca se desplomó de rodillas, llorando. En el suelo había un letrero con la advertencia de un cártel de la droga: “Ya saben quiénes siguen”.
Sin embargo, Soto no mostró ningún signo de emoción en su rostro cuando el hombre dejó de moverse. Tras afirmar que el hombre había fallecido, le preguntó a la mujer que sollozaba si era de la familia y si necesitaba servicios funerarios.
Para una tranquila fraternidad de trabajadores funerarios del estado mexicano de Sinaloa, cada día comienza y termina con la muerte. Pero lo que antes era una profesión digna, dicen, guiar a los afligidos a través del desconcertante laberinto que sigue a un fallecimiento, ahor

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