En cada giro, cada salto, cada nota sostenida, hay un silencio que nadie escucha: el de una articulación que se desgasta sin pausa.
Lo que nadie esperaba era que la siguiente herida no fuera en las piernas, sino en la mano. Durante un concierto privado en la Ciudad de México, tras tomar las baquetas por primera vez en años —como parte de un momento espontáneo con la banda—, un golpe mal calculado dejó su dedo índice hinchado, morado, inmóvil. “Lo que me faltaba después de tocar la batería. No sé si tengo el dedo roto. Lo único que me faltaba”, escribió en sus historias, sin más explicación. Nadie la vio irse al hospital. Pero sí la vieron seguir cantando. Con la mano al pecho, como si el dolor pudiera contenerse con emoción.
La tensión entre el arte y el cuerpo se volvió invisible para e

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