Hace veintitrés años, mi hijo mayor sufrió bullying. Padeció muchos meses ese acoso terrible, hasta que yo lo advertí. Acababa de casarme de nuevo y andaba despistada tratando de orquestar mi nueva familia y, aunque en el colegio yo misma había sentido cierta estigmatización por ser madre divorciada (como lo leen, hace veintitrés años aún pasaban estas cosas), ni se me pasó por la cabeza que esa actitud de los progenitores redundaría en el comportamiento de sus hijos.
No quiero detallar por lo que pasó él, pero sí relatar mi encuentro con la psicóloga del centro. Me exigió que acudiera acompañada de mi exmarido y me recibió con displicencia. Yo me senté, angustiada, como cualquier madre que descubre ese horror, desde la impotencia, y escuché su primera reflexión: «¿Y no será que su hijo e

LA RAZÓN Opinión

Diario de Avisos
Ultima Hora
ElDiario.es
AlterNet
Cinema Blend
Raw Story