Una de las primeras veces en que Diego Trujillo se dio cuenta de que era feliz en la más tranquila soledad fue en el viaje que hizo a Santa Marta completamente solo en su moto Honda XR 650L. Tenía 33 años. Era 1993. No fue un acto impulsivo, sino una búsqueda. Horas y horas de carretera le dieron tiempo para pensarse, para medir sus miedos y decidir su futuro.
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Durante años trató de ignorar su intranquilidad. Siguió trabajando, se casó, fue padre, y se convirtió en un arquitecto con estabilidad. Pero algo no encajaba. Algo no estaba bien. Se sintió atrapado en una rutina que no lo llenaba. La arquitectura, que había elegido por amor al arte, se le convirtió en una tarea mecánic

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