Hay sueños que nacen con la humildad de una intuición y, sin embargo, terminan levantando vuelo más allá de lo que cualquiera habría imaginado. Así nació hace diez años la Fundación Ismael Cala: no como un gran proyecto filantrópico, sino como un acto íntimo de gratitud. Un deseo genuino de devolver, de multiplicar lo recibido, de transformar la experiencia personal en una fuerza colectiva capaz de abrir caminos donde antes solo había resignación.

Con los años entendí que la autorrealización es apenas una estación del viaje. El verdadero punto de inflexión ocurre cuando lo que hemos logrado deja de girar en torno a nuestro nombre y comienza a convertirse en legado. Y el legado nace cuando ponemos nuestros dones al servicio de otros, no como un gesto de caridad, sino como un acto de concie

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