La parábola del juez inicuo y la viuda que presenta el Evangelio del domingo último (Lc 18, 1-8) se sirve de una desdicha terrenal evidente, visible para cualquiera y, por desgracia, cotidiana en nuestro país.
La impavidez de aquel magistrado que se niega a hacer justicia pese al insistente ruego de la viuda es la misma que hoy se observa en los jueces argentinos que tienen en sus manos la vida de civiles, policías y militares encerrados desde hace largos años bajo cargos que, sin distinción, les imputan haber cometido en los años setenta.
El cabo Julio Flores puede dar cuenta de eso. Le imputan haber sido a los 19 años autor de delitos de lesa humanidad en un lugar en el que insiste que nunca estuvo, y sin embargo lleva diez años explicándolo tras las rejas sin ser escuchado, recorrien

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