En los últimos años, todas las campañas electorales han sido malas o muy malas. La que acabamos de dejar atrás fue indiscutiblemente de las peores, si no, la peor de todas. Ideas, no hubo; debates, tampoco. Lo segundo fue consecuencia de lo primero: no hay posibilidad de mantener ningún debate si no hay ideas. Lo que abundaron, en cambio, fueron las descalificaciones, las agresiones verbales y físicas, las frases hechas y vacías de contenido, el grotesco, la retahíla de spots publicitarios mal hechos y poco originales, y la intrascendencia.
Nadie sabe a ciencia cierta cuál será el resultado de hoy. La dispersión de los números de las mediciones que arrojan las encuestas hace que lo único que sea seguro, a estas horas, sea la incertidumbre.
No hubo paz cambiaria pese al voluminoso aporte

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