Por: Antonio Pérez Esclarín ( pesclarin@gmail.com )

Jesús no empuñó las armas de los rebeldes, ni predicó una insurrección armada, ni apoyó la violencia del imperio romano, ni la del rey Herodes, ni la conducta discriminatoria y excluyente de los sumos sacerdotes. Por ello, no tuvo hombres armados que le acompañaran y defendieran, y cuando uno de los suyos arremetió con la espalda a uno de los que habían venido a arrestarlo en el huerto de los olivos lo reprendió y le pidió que guardara su arma. Él, hombre de paz, constructor de paz, desarmado y sin violencia, se sorprendió que vinieran con palos y armas a arrestarlo. Estaba desarmado en un mundo violento, habitado por el amor en una tierra sembrada de odio.

La muerte de Jesús fue la muerte del inocente, del pacífico, del desarmado

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