Es inaprensible una prosa que se lee por sus silencios, por las pausas y las cesiones de diálogo que descentran al interlocutor en la ficción y al lector en tanto se adentra en aquella. Sosegada y estremecedora cuando, con una reposada frase, el anónimo y apartado protagonista de La playa, de quien sólo sabremos que es profesor, puesto que así es nombrado por un vidrioso discípulo y su nombre magistralmente omitido por sus amigos, dice, piensa: “Empezaba a entender que nada es más inhabitable que un lugar donde se ha sido feliz”. Entonces, como un alud nos derriba la certeza de que las páginas precedentes –todo el texto, puesto que aquella afirmación es una de las que lo cierra– no hayan sido, en el estilo incomparable de Pavese, una sutil representación de la realidad, una exquisita escen

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