Aún recuerdo cuando, la mañana del 25 de octubre de 1998, un par de horas después de jugar mi primer partido en Primera División (contra el Gimnasia de Timoteo Griguol en el Amalfitani), me levanté corriendo de la cama para ir a comprar todos los diarios del kiosco de la esquina. Sí, todos y cada uno de los diarios de la mañana. Ningún futbolista hoy en día lo haría, pero era la única forma de ver cómo te habían juzgado.

Según el puntaje de La Nación, Crónica, Diario Popular y el Olé, cualquiera de nosotros podía presagiar qué le dirían. Era la forma de ser juzgado. Un mecanismo que desapareció hace más de una década, desde el surgimiento de las redes sociales. Para el futbolista del siglo XX, la repercusión pública se construía lentamente con el diario y con la exposición en la televisió

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