Ciudad de México.— Imagínese detenido en un cruce atestado de la Ciudad de México, con el sol del mediodía cegando el parabrisas y el claxon de un taxi resonando como un lamento colectivo. De pronto, una luz blanca parpadea en lo alto del semáforo, serena y futurista, como un faro en la niebla del caos vial. No es rojo para parar, ni verde para avanzar, ni ámbar para vacilar. Es una señal: "Siga al vehículo de adelante".
En ese instante, un convoy invisible de algoritmos toma el control, orquestando el flujo con la precisión de un reloj suizo. Así comienza la era de los semáforos de cuatro colores, una innovación nacida en laboratorios estadounidenses que promete —o amenaza— transformar el tráfico global, desde las avenidas de Raleigh hasta las autopistas de São Paulo.
Esta no es ciencia

Diario de Morelos

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