Según testigos en Tamaulipas, la lancha no se hundió por accidente. Se desvaneció. Como si el mar la hubiera tragado sin protestar. Los pescadores de Soto la Marina la vieron por última vez a las 2:17 a.m., con luces apagadas y el motor en silencio, navegando hacia el norte, donde el horizonte se pierde entre el oleaje y la oscuridad. No llevaba bandera. No respondía a llamadas. Y cuando el radar de la Guardia Costera la detectó, ya era demasiado tarde para preguntar quién era. Solo quedó un rastro de combustible, un trozo de chaleco antibalas con el logotipo desgastado de una milicia que nadie reconoce, y seis cuerpos que no tenían nombre, pero sí cicatrices que hablaban de entrenamiento en lugares donde no deberían estar.
“Esto no es guerra contra las drogas. Es guerra contra sombras”,

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