Era la voz temblorosa de quien cuidaba sus llaves, su rutina, su intimidad. Susana Zabaleta , a miles de kilómetros, escuchó cómo su mundo se desmoronaba en tiempo real: alguien había forzado la puerta, no con violencia, sino con miedo —el miedo que se impone cuando te amenazan con lo que más quieres proteger.
La empleada doméstica, una mujer que lleva años sabiendo cuándo prender la luz en el pasillo, cuándo dejar el café listo, cuándo cerrar las cortinas antes del atardecer, fue obligada a abrir la caja fuerte. No por fuerza, sino por manipulación. Una voz en el otro lado del hilo telefónico le dijo que si no lo hacía, algo le pasaría a su familia. Y ella, sin saber que la cantante estaba al otro lado del mundo, obedeció.
Lo que se llevaron no fue solo joyas, ni dólares, ni relojes d

El Diario de Sonora

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