Por Sandra Guzmán Durante 24 años, mis días empezaban y terminaban en los mismos edificios de Rockville, en los 1801-1803 de Research Boulevard. Antes del amanecer y mucho después del anochecer, entraba con mis llaves y mi uniforme de limpieza. Como miembro del sindicato 32BJ-SEIU, me sentía orgullosa de dejar cada pasillo, cada oficina y cada rincón impecables y seguros para quienes cruzaban esas puertas. Ese trabajo nunca fue solo un empleo; era parte de mi rutina, de mi identidad, de mi vida misma.

Con el paso de los años, muchos de los inquilinos dejaron de ser simples desconocidos y se volvieron casi como una familia. Me saludaban con calidez cada mañana y, con frecuencia, me agradecían por mi trabajo. Algunos compartían pequeños gestos, una sonrisa, una palabra amable, una taza de c

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