Hace doce meses, la Dana dejó a su paso municipios anegados, calles convertidas en cauces, viviendas abiertas en canal, coches apilados y centenares de voluntarios trabajando a pulso sobre el barro. La Comunidad Valenciana, junto a municipios de Castilla-La Mancha y Andalucía, vivió entonces una de las peores inundaciones del siglo, con 229 víctimas mortales y un mapa entero de devastación.
Hoy, esos mismos lugares ya no huelen a lodo ni suenan a sirenas. La normalidad se fue imponiendo a golpe de obra, de seguro, de ayudas y de duelo silencioso. Pero el trauma permanece: quedan vecinos sin volver a su casa, expedientes abiertos, litigios, preguntas sobre qué falló y un debate vivo sobre prevención, alerta y responsabilidad.
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