Cuando una empresa deja de tener hambre, empieza a perder su alma emprendedora.
Hay un enemigo silencioso que se infiltra en muchas empresas familiares. No aparece en los estados financieros ni en las reuniones de consejo. No se refleja en la cuenta de resultados, pero se siente. Se respira.
No es la crisis, ni el mercado, ni la competencia. Es algo mucho más sutil:
la comodidad disfrazada de estabilidad.
John D. Rockefeller lo decía sin rodeos: “La pobreza cómoda es más peligrosa que la miseria.” Y tenía razón.
La herencia del “está bien así”
Muchas empresas familiares nacen con hambre. Hambre de crecer, de abrirse camino, de sobrevivir. El fundador suele ser una persona decidida, que arriesga, que trabaja hasta tarde, que no espera que las cosas pasen, sino que las provoca.
Pero c

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