Mamdani ha sabido personificar esa emoción y hacerla carne en un cierto brillo en los ojos, un mensaje profundamente esperanzador y una sonrisa que se ha convertido en el mejor icono de su campaña
El próximo martes hay elecciones a la alcaldía de Nueva York y a esta hora ya casi nadie duda de que ganará Zohram Mamdani, un candidato demócrata que ha tenido una carrera meteórica en los últimos meses.
Decir que Mamdani es un candidato inusual es quedarse muy corto. Aunque tiene nacionalidad americana, nació en Uganda. Es hijo de dos intelectuales de origen indio referentes del pensamiento africanista y postcolonial y no fue hasta los siete años cuando se trasladó con su familia a Nueva York, donde ha vivido desde entonces. Se describe a sí mismo como un socialista democrático y es miembro de la organización que más se asemeja a un partido comunista europeo. Por si todo esto fuera poco, está casado con una americana de origen sirio y ambos son musulmanes.
En un país donde el comunismo es sinónimo de enemigo, donde los musulmanes no llegan al 1% de la población (y viven demonizados desde el 11S) y donde los indios no llegan al 2%, que Mamdani haya llegado hasta aquí es poco menos que un milagro. Es una proeza que ha inspirado a mucha gente a imaginar otros discursos que puedan oponerse a la oleada de populismos que recorre el mundo.
Así que es más que probable que en los próximos días se sucedan los análisis del programa y de la campaña que le llevarán, previsiblemente, a la alcaldía. A diferencia de los anteriores candidatos, que habían hecho girar sus campañas sobre la inseguridad, Mamdani ha hecho bandera de la asequibilidad: propone que los autobuses sean gratuitos y congelar las subidas de los apartamentos de renta controlada. Y lo ha hecho con una campaña extraordinaria, propulsada por más de 90.000 voluntarios y centrada en un uso muy original de las redes sociales.
Y, sin embargo, lo que hace de este candidato insólito una figura tan potente no es nada de esto. Mucha gente tiene un buen programa y una buena campaña y no va a ninguna parte. Lo que distingue a Zohram Mamdani es la alegría.
Aunque nadie lo diría atendiendo al tono de los parlamentos, en el mundo, hoy, hay mucha gente que mira al futuro con optimismo y alegría. Y quieren verse representados. Otros, aunque no dirían de sí mismos que son optimistas, ansían serlo: están cansados de la retahíla de mensajes apocalípticos a los que nos hemos acostumbrado y quieren confiar en líderes que tengan una hoja de ruta a un mundo de posibilidades. En el fondo, es que ser progresista es esencialmente esto: ser optimista, confiar en que podemos labrarnos un futuro mejor. Alegría es progresismo.
Mamdani ha sabido personificar esa emoción y hacerla carne en un cierto brillo en los ojos, un mensaje profundamente esperanzador y una sonrisa que se ha convertido en el mejor icono de su campaña. Ese optimismo y ese entusiasmo de quien tiene confianza en que hay un futuro mejor a nuestro alcance es la misma energía que desplegó en su día la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, o también en España en Yolanda Díaz o en Manuela Carmena.
Alguien podría decir que la alegría es un privilegio de quien le van bien las cosas. Que los que están jodidos no se pueden permitir estar contentos. Yo diría que es casi lo contrario y que el mejor ejemplo es esta candidatura de Mamdani: son los que peor lo tienen, los que menos tienen que perder, los que han aprendido que el optimismo no puede ser súbdito de las circunstancias los que mejor enarbolan esa bandera.
La alegría tiene un problema, y es que en el mundo también hay mucha gente enfadada. Gente que piensa que las cosas iban mejor antes y que está furiosa con el futuro, que no quiere que siga cambiando el mundo de ninguna manera. Más bien quiere que le devuelvan lo que tenía. La derecha y la ultraderecha se ceban en este caladero de votos.
Esta semana pasada Alberto Núñez-Feijóo nos ha dejado el mejor retrato de esta gente en España. En un acto con autónomos el presidente del PP explicaba cuál era, para él, la “España de verdad” en la figura de un empresario de Soria:
“Me encontré con uno de ellos, que tenía 71 años, y me dijo: ‘Verá usted, yo presto cinco servicios. En mi pueblo tengo una gasolinera, tengo una panadería, tengo grúas, tengo taller. La panadería solo cierra tres días al año y no encuentro relevo para mis actividades”.
Esta es, para Feijóo, “la España que sustenta el país” y “a la que hay que apoyar”.
La España de la derecha y de la ultraderecha está enfadada porque “no encuentran relevo”. Porque nadie quiere seguirles los pasos ni encuentran el reconocimiento que querrían tener. No quieren aceptar que ni las gasolineras, ni los talleres de coches, ni los trabajos en los que nadie descansa son el futuro de este país.
Lo digo sin reproche, porque me hago cargo de que debe ser duro encontrarte con que algo en lo que has invertido mucho no tiene para los demás el valor que tú le otorgabas, y también porque creo que hay algo de este mismo hombre cabreado en muchas personas a nuestro alrededor.
Pero el hecho es que la brecha entre el conservadurismo y el progresismo se está transformando y ya no tiene tanto que ver con los valores, como con el abismo que se abre entre la alegría de la ira. Y aunque en algunos países existe una forma de partidos —esos que llamamos liberal-demócratas— que son ejemplos de una derecha progresista, una derecha que no está enfadada, el hecho es que en España ese partido era en su día en Ciudadanos, hasta que acabó devorada por la derecha furiosa.
Mientras tanto, en la izquierda conviven hoy dos almas. Hay una pulsión alegre, que entiende que muchos votantes están esperando un futuro de esperanza, pero hay también una tensión importante por alinearse con ese enfado que tiene tantos adeptos en la sociedad. Un buen ejemplo es la operación que un sector del partido demócrata le ha organizado a Mamdani, personificada en su contrincante, Andrew Cuomo. Un demócrata histórico, peso pesado del partido y ex-gobernador del estado de Nueva York, que se presenta como independiente solo por pararle los pies a Mamdani y que le ha acusado hasta de la muerte de Manolete. Pero también en España estamos viendo en el caso de Podemos que puede existir una izquierda colérica, irritada, cabreada con el universo.
Harían bien en tomar nota del mal resultado de esas apuestas.

ElDiario.es Opinión

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