Los Pistons arrancaron como si el campo estuviera cubierto de arena, lentos, descoordinados, con el ritmo de un equipo que aún no había despertado del todo. Pero algo cambió al inicio del tercer cuarto: una chispa, un giro sutil, una transición que no se vio venir pero que lo cambió todo.
Una racha de 14-1 no es casualidad. Ni siquiera suerte. Es resultado de una defensa que se cerró como una puerta de acero, de rebotes que se convirtieron en transiciones rápidas, y de un base que dejó de jugar para empezar a dirigir. En esos minutos, Orlando perdió no solo la ventaja, sino la confianza. Sus tiros libres, esos que deberían ser seguros, se volvieron un calvario: 11 de 28 en los primeros 36 minutos. Cada fallo fue como un clavo más en el ataúd de su intento de remontada.
Por su parte,

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