La sensibilidad artística it’s a trap, que diría la divina juventud y sus memes. Quien la padece (o la disfruta) sabe que una canción puede doler más que una extracción de sangre, que una pincelada puede ser catártica y que el silencio, si se alarga, puede convertirse en tormenta. Y claro, no cualquier perro sobrevive a semejante montaña rusa emocional, hace falta uno con alma de actor secundario, capaz de acompañar los vaivenes de la genialidad sin perder la compostura ni la gracia.

Porque los artistas, de brocha fina, de verso suelto o de escenario, no buscan perros que obedezcan a la primera. Buscan cómplices que entiendan el exceso, que sepan cuándo ofrecer consuelo y cuándo apartarse, que no se asusten si de pronto hay un grito de inspiración o una llorera de frustración. No es fácil

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