Apenas acababan de disiparse los fuegos artificiales del año nuevo de 1982, cuando Bruce Springtseen decidió emplear una noche de enero en cantar. Solo en cantar. En principio, la idea era nada más registrar demos de un puñado de nuevas canciones. Así, se sentó en la alfombra anaranjada y peluda de su habitación en Colts Neck, Nueva Jersey, y tomó su guitarra.

En solo una noche, Springsteen registró un puñado de canciones de miseria. Abordaban personajes que se miran ante una encrucijada. Varias las había escrito en los días anteriores, pero otras venían desde la carretera. Algunas incluso quiso montarlas junto a la E Street Band, pero se resistían a encajar.

Springsteen, entonces de 32 años, pasaba por un momento crucial. Venía llegando de una extensa gira promocional de The River, su e

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