El móvil de Marta vibraba. La enésima notificación. Era un correo airado de la madre de David, uno de sus alumnos, exigiendo una “solución inmediata” al acoso que sufría su hijo. El agresor, Mateo, era reincidente.

Marta suspiró. En su colegio tenían protocolos, comunicaban de inmediato a la inspección educativa, daban charlas… hasta tenían talleres de mediación. Invirtió horas hablando con Mateo, con David, con sus familias. Pero no dejaba de sentirse como una médica a quien se exige curar una enfermedad crónica con una simple tirita. No. Nunca podría sentirse como única responsable.

En casa de Mateo, el ambiente era tenso. Su padre había regañado a su hijo por “meterse en problemas otra vez”. Apenas habló con él en alguna ocasión. “La escuela debe tener más mano dura,“ sentenció antes

See Full Page