Hablar una lengua no es sólo saberla: es vivirla. Las ikastolas han hecho posible que generaciones aprendan euskera con naturalidad académica; sin embargo, la escuela sola no garantiza que ese aprendizaje se transforme en conversaciones compartidas en el tiempo libre, en el bar del pueblo o en el vestuario del equipo de fútbol. Convertir a los y las alumnas en hablantes reales exige que la lengua circule en los ámbitos sociales donde se construyen las amistades y la identidad cotidiana.
El deporte es, por su propia naturaleza, un terreno fértil para esa circulación. En clubes, entrenamientos y competiciones se generan rutinas, bromas, instrucciones y vínculos emocionales: es en esos intercambios informales donde la lengua se hace herramienta de pertenencia. Las investigaciones al respecto

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