El lunes 27 de octubre llegué a la plaza de Bolívar de la capital boyacense para hacer fila y poder ingresar al Teatro Bicentenario, donde presentarían una obra sobre La vorágine , realizada por el Teatro Petra de Bogotá. Llegué a las 6:50 de la tarde; la función sería a las 8:00 de la noche. Imaginé que sería uno de los primeros, pero no fue así. Cuando llegué, la fila ya se extendía casi hasta el templo San Ignacio.

Hice la fila con paciencia estoica. Saqué un libro: La insoportable levedad del ser , de Milán Kundera. Comencé a leer. Escuchaba a la gente conversar animadamente; todos estaban felices por asistir a la obra de teatro. Yo, en cambio, deseaba un poco de silencio. Así que utilicé esos artículos que hoy nos aíslan un poco, esos que indican que no queremos conversar: unos a

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