 
Antes de que las calabazas naranjas, los disfraces y los “truco o trato” conquistaran las calles, en Cantabria ya se celebraba una noche muy parecida. Se llamaba Samuín , y su historia se remonta a siglos atrás, mucho antes de que el Halloween anglosajón se hiciera global. Lejos de ser una moda importada, esta festividad ancestral forma parte del patrimonio cultural cántabro y de las tradiciones del Arco Atlántico Europeo , un espacio que conecta Escocia, Irlanda, Bretaña y la cornisa cantábrica.
El fin del verano y el inicio de la estación oscura
El término Samuín procede de la palabra gaélica “Samhain” , que significa “fin del verano” . Para los antiguos pueblos celtas, marcaba el cierre del ciclo agrícola : un momento para agradecer a la tierra los frutos obtenidos y prepararse para la llegada de los meses fríos.
En Cantabria, esta celebración se mantuvo viva durante siglos como una noche de tránsito entre la vida y la muerte , donde se creía que las almas de los difuntos volvían a caminar entre los vivos.
En muchas aldeas cántabras, se vaciaban calabazas del tipo verrugón , se tallaban con forma de calaveras y se iluminaban con velas para guiar a los espíritus en su camino hacia el más allá. Cuando la llama se apagaba, se decía que el alma había completado su viaje. Algunas familias incluso colocaban las calabazas sobre palos para formar procesiones fantasmales cubiertas con sábanas blancas: las antiguas Güestes , cortejos de almas en pena que recorrían los pueblos bajo la luz temblorosa de las velas.
Una celebración de otoño con raíces profundas
El Samuín cántabro coincidía con lo que hoy conocemos como la Noche de Difuntos . Era una época marcada por la otoñada —el tardíu cántabro—, en la que se celebraban las cosechas con frutos del bosque, manzanas, castañas, nueces o uvas. De ahí nace también otra tradición íntimamente ligada: la magosta , el asado de castañas que reunía a vecinos y familias alrededor del fuego.
Durante la magosta de difuntos , se comían tantas castañas como almas se deseaba liberar del purgatorio. El fuego, la conversación y las calabazas iluminadas convertían aquella noche en un rito de comunión entre vivos y muertos , con un tono solemne pero profundamente humano.
De Cantabria al mundo: del Samuín al Halloween
Con el paso de los siglos, el cristianismo asimiló esta tradición y la unió a la fiesta de Todos los Santos del 1 de noviembre. Mientras tanto, en los países anglosajones, la herencia celta del Samhain evolucionó hasta convertirse en el actual Halloween , exportado más tarde a América por los inmigrantes irlandeses.
Curiosamente, la globalización ha devuelto ahora la costumbre a su punto de origen. En Cantabria, muchos pueblos han recuperado el nombre y el espíritu del Samuín , recordando que, mucho antes de las máscaras de plástico y las películas de terror, ya existía una noche mágica que celebraba el misterio de la vida y la muerte.
Una tradición que sigue viva
Hoy, mientras los pasajes del terror y los concursos de disfraces llenan las ciudades, en algunas zonas rurales de Cantabria aún se mantienen rituales más antiguos , como encender velas en las ventanas o compartir castañas en familia.
Porque más allá del susto o del disfraz, el Samuín sigue siendo una celebración del vínculo con los antepasados , un momento para mirar hacia el pasado y mantener viva la memoria de quienes nos precedieron. Y en una tierra donde la historia se mezcla con la niebla y las leyendas siguen susurrando entre los bosques, Cantabria demuestra que el verdadero Halloween siempre fue suyo .

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