El otro día vi un tuit de un tal David Bernal que decía así: «He venido a Barcelona para ver a Lady Gaga. Qué refrescante estar en una ciudad cosmopolita y europea, que no apesta a falangismo rancio como Madrid, donde el metro no está colapsado y donde no se escucha reggaeton en cada rincón».
Cliqué en el perfil y explicaba que había informado de cine en El País , la Ser y Canal + , entre otros medios. De entrada, pensé que si informaba del séptimo arte con la misma objetividad con que hablaba de la capital catalana, mal asunto. Además, era « Máster en estudios LGTBIQ+ ».
Debía cojear del pie izquierdo —»zurdo», que diría Milei—, pensé para mis adentros. Que yo sepa, ni el alcalde, José Luis Martínez Almeida ; ni la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso , son de Falange Española. Partido que, por otra parte, no ha tenido nunca representación parlamentaria.
La verdad es que muchos tuiteros lo ponían a caldo. Prácticamente no había un comentario a favor: «Debe estar en Singapur. Paséese por El Raval o Ciutat Vella», «Haz un favor y quédate allí». « Pide el traslado y resuelto ».
Me apunté al festival. Suelo interactuar poco con otros perfiles —al menos hasta ahora, le estoy pillando el gusto—, pero no me resistí a hacerle una sugerencia: « Pues dese una vuelta por el centro ».
Añadí varias fotos que, casualmente, había hecho el día anterior. El vestíbulo del antiguo Cine Comedia , convertido en un alojamiento para los sin techo. Y otro pidiendo limosna, de rodillas, en una acera de Paseo de Gracia, la vía más comercial de la ciudad.
Lo he dicho siempre: la mendicidad debería estar prohibida. De entrada, por la propia dignidad de los que piden. Para eso está el Estado del bienestar: para velar por los más desfavorecidos. Los servicios sociales —y la Guardia Urbana— deberían encargarse de ellos. « Oiga, está prohibido pedir, venga con nosotros ».
Le ofreces un techo, tres comidas al día y asistencia psicológica por un tiempo prudencial. Aunque, obviamente, ellos también deberían poner algo de su parte porque algunos se resisten. Y, desde luego, si fuese de origen extranjero , hay que devolverlo a su país de origen.
Ahora se han puesto un poco las pilas con los desalojos , por ejemplo. Con la oposición de algunos medios de comunicación, sobre todo TV3 , que es la tele woke por excelencia de Cataluña. Pasa como con el proceso: que era la tele oficial a pesar de que más de la mitad de la población no estaba por la labor.
Se han desalojado edificios okupados en Badalona o en el Parque Joan Miró de Barcelona. Al menos en el primero, más de 400 personas se alojaban en un antiguo instituto abandonado. Con problemas no solo de insalubridad —se detectó tuberculosis—, sino también de inseguridad para los vecinos.
A Xavier García Albiol , el alcalde del PP de la localidad, lo pusieron a caldo. Al final se llevó a cabo la operación. Todos eran inmigrantes irregulares. A esta gente también hay que devolverla a sus países de origen. En caso contrario, simplemente trasladarán la ocupación a otro sitio.
Con el campamento en el Joan Miró -al lado de una biblioteca y un centro escolar-, han tardado las autoridades municipales dos años en actuar. El día del desalojo, TV3 plantó sus cámaras y entrevistó a los afectados. Ni siquiera hablaban catalán o castellano. Lo digo por el nivel de integración. Mientras que las ONGs les aconsejaron que se mantuvieran juntos para evitar su expulsión. Deben haber acampado ya en otro lugar .
Respecto al transporte público; he de decirle al señor Bernal que, en efecto, veo muchas quejas sobre el Metro de Madrid en las redes. Sobre todo de dirigentes del PSOE como el ministro para la Transformación Digital, Óscar López . O el mismísimo titular de Transportes, Óscar Puente, al que se le coló incluso una foto del Metro de París.
Estoy seguro de que, pese a ello, ambos no van en Metro a trabajar. Lo de «trabajar» puede ser también un decir porque el primero se pasa más tiempo en precampaña que ejerciendo de ministro. No tengo ningún inconveniente, pero entonces que deje el cargo y el sueldo oficial, que solo utiliza como palanca. Esperanza Aguirre , entonces en el Senado, en cuanto el PP la nombró candidata para la Comunidad de Madrid, dejó la presidencia de la cámara alta.
Yo la única vez que pillé el Metro de la capital fue hace más de dos años cuando visité precisamente la redacción de OKDIARIO. Me pareció limpio y eficiente. Aunque es cierto que la sede en cuestión está alejada del centro. Y no era hora punta.
Puedo dar fe, sin embargo, de que el transporte público en Cataluña está hecho un desastre. En este caso no soy usuario de metro, sino de « Rodalies de Catalunya ». Las antiguas cercanías de Renfe, rebautizadas así en cuanto se aprobó el traspaso en el 2010.
Ahora piden —o pedían— el «traspaso integral» como si el de hace tres lustros hubiera sido un mal traspaso. Probablemente lo fue, pero siempre pienso que no debía ser tan malo cuando el que lo hizo, el entonces consejero de Política Territorial del PSC Quim Nadal, fue años después repescado por Pere Aragonès como titular de Universidades en un gobierno monocolor de Esquerra.
Es cierto que están haciendo inversiones que deberían haber hecho hace muchos años. Zapatero, en el 2008, ya anunció un plan de 10.000 millones. Pero Rodalies no solo tiene un problema de mantenimiento, tiene también un problema de autoridad, tan habitual en la izquierda. Incluido el alcalde Jaume Collboni , como hemos visto.
Al fin y al cabo, gobernar es tomar decisiones y ejercer el poder que te han delegado los ciudadanos. Los trenes en Cataluña están hechos una piltrafa. Todos pintados con grafitis hasta las cejas. Esto es culpa del exministro Juan Alberto Belloch , que con su reforma del código penal a mediados de los 90 despenalizó las pintadas: de delito a falta.
Pero sí, para la amnistía corrieron a modificarlo deprisa y corriendo; no dudo de que podrían hacer lo mismo con algo que afecta directamente al ciudadano medio. Al regresar a casa en tren, me iba a sentar y justo en ese momento otro usuario iba a poner los pies encima del asiento. En cuanto se percató de mi presencia, se frenó; pero no pude menos que decirle:
—¿Lo limpia usted o lo limpio? Esto es para sentarse
Murmuró unas palabras inteligibles y, en cuanto se fue la señora que tenía al lado, cambió de asiento y volvió a estirar las piernas . O sea que tuve que hacer el resto del trayecto con sus zapatos a un palmo. Se lo reproché: «Estas cosas hay que hacerlas en el comedor de casa, y si le deja su mujer; no aquí».
Estuvo el resto del trayecto dando el coñazo y, al despedirse, hasta me dio unos golpecitos en la espalda. Por cierto, en un acento que no era de aquí. Pero no digo nada más para que no me acusen de racista o de xenófobo .

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