Pedro Sánchez fue al Senado con esa manera suya de estar sin estar, de aparecer sin decir. Llegó con su calma de quirófano, su sonrisa reglamentaria. Y se sentó, que es lo suyo.
Porque, visto con calma, Sánchez no gobierna, se sienta. Lo suyo no es la palabra ni el arrebato, es el gesto controlado, la respiración de manual, el arte zen del poder inmóvil.
En un país que mide el ruido como virtud, él ha hecho del silencio una estrategia. No vino a convencer a nadie, sino a recordarnos que sigue allí. Que sigue. Que el poder continúa porque él continúa, y punto.
Sánchez, en cierto modo, ha convertido la política en una ciencia doméstica, casi un electrodoméstico: se enchufa, funciona, y mientras no haga ruido, mejor. No gobierna hacia algo, sino contra algo: contra el desgaste, contra el c

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