Cuando murió, a los 92 años, el 1° de noviembre de 2007, Paul Tibbets seguía sin arrepentirse de haber lanzado la bomba sobre Hiroshima. Por el contrario, estaba orgulloso de su desempeño profesional . “No puedo sentirme culpable por ser un hombre frío, técnico diría, obsesionado por la perfección. Mi relato es el de un piloto profesional que arrojó una bomba y eso es exactamente lo que yo era en 1945. Un sentimental jamás habría piloteado aquel avión. Creo que una de las cosas que más le molestaron a mucha gente durante años es que nunca me haya arrepentido. Pero nunca perdí una noche de sueño por la bomba de Hiroshima”, explicó en una de las pocas entrevistas que dio a lo largo de su vida.

Guardaba, eso sí, un recuerdo imborrable del infierno que desató la bomba lanzada desde el avión

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